RUFINO, TODO TIEMPO PASADO FUE MEJOR

Rufino era un hombre guapo y fuerte que volvía loco a las mujeres. Su sonrisa de dientes perfectos y su galantería le servían para ganarse los favores -de todo tipo- que se le antojara en el momento.

El dinero tampoco le faltaba. Rufino había heredado una gran fortuna de sus padres que dilapidó en fiestas de lujo como las de Ronaldo, en las que el alcohol y otro tipo de sustanacias no faltaban. Así, el dinero no le duró toda la vida como él creía.

Una mañana se despertó y vio que un su cartera ya no había billetes a montones de diez mil pesetas -de esos que ya no existen-, ni siquiera una simple moneda de cien pesetas con la que comprarse un bocadillo. Rufino se tuvo que poner a trabajar. Pero debido a sus brillante y extenso currículum no lo querían en ningún sitio.

De taparse con sábanas de hilo de oruga extra pasó a protegerse del frío con sábanas del mercadillo con un extra de agujeros y manchas de origen desconocido que no salían al lavarlas. No le quedó otro remedio que meterse como conejillo de indias para unos fármacos coreanos de preinscripción médica. Rufino entonces podía volver a permitirse pequeños lujos.

Pero como fruto de ese flirteo médico, su cerebro se empequeñeció hasta llegar al tamaño de una lenteja, sumado a una cada vez mayor regresión física. Su diagnóstico: amnesia intermitente degenerativa.

La suerte, o la desgracia, se cruzó en su vida bajo con el nombre de Conchi. La conoció cuando aún tenía buen porte aunque ya le flaqueaba la memoria. Presa de un gran instinto maternal que nadie quería saciar, Conchi se aprovechó de la fertilidad olvidadiza de Rufino para engendrar tres pequeños retoños. Ahora Rufino vive rodeado de personas a las que apenas alcanza a reconocer pero que le hacen la vida un poco más fácil. O no.