Conchi se consolaba entonces pensando que al menos limpiaba la porquería de personajes muy admirables para ella como pueden ser Marujita Díaz, Tamara alias Ámbar alias Mar, o de los cienes y cienes de grandes hermanos. Pero un día la suerte le sonrío. Entre fregonas y cubos de agua, escalera arriba y escalera abajo, escuchó como en uno de los despachos de un productor importante allí en la tele se hablaba de un nuevo programa que se estaba cociendo. Para ello sólo necesitaban encontrar a una familia de baja escala social y mucha incultura, que estuvieran dispuestos a salir 24 horas por televisión.
A Conchi enseguida le pareció que la oferta estaba echa para ella y su familia. Sin pensárselo dos veces, entro en el despacho de aquel productor y les habló un poco de ella y de su familia. El productor tampoco se lo pensó dos veces. Conchi era perfecta: descuidada, con baja autoestima, dispuesta a todo por un cambio, y si lo que contaba de su familia era cierto, el show estaba listo. Después del visto bueno del productor, la mujer de la limpieza firmó un contrato vinculante de por vida sin leer la letra pequeña. Ese mismo se mudaron a una nueva casa en la que nunca faltaba comida, con un cuarto para cada uno, incluso tenían despensa y en el baño tenían una bañera de hidromasaje, lo que a Conchi le parecía lo más de lo más.
La única pega es que había cámaras de televisión las 24 horas del día y que los productores pondrían a ella y a su familia constantemente a prueba. El espectáculo había comenzado.

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